La actuación de Victor Sjöström como David Holm es magistral. Su interpretación de un hombre quebrado, consumido por el egoísmo y el alcoholismo, es cruda y devastadora. Hay momentos en los que la dureza de su personaje te repele, pero al mismo tiempo, Sjöström logra transmitir una humanidad latente, enterrada bajo capas de desesperación. Esto hace que su eventual confrontación con sus propios demonios sea aún más poderosa. Los otros personajes, como Edit, la joven trabajadora social cuyo amor incondicional juega un papel crucial en la historia, aportan una sensibilidad y compasión que contrasta con la oscuridad de Holm. Me conmovió profundamente cómo los actores logran transmitir emociones tan intensas sin depender del diálogo, en una época en que el cine mudo exigía una actuación física y emocional mucho más elaborada.
La dirección de Sjöström es impresionante. La película emplea técnicas visuales innovadoras para su tiempo, como la superposición de imágenes, que permite que los fantasmas se materialicen en pantalla de manera fantasmal y etérea. Esta técnica no solo añade una dimensión visualmente impactante a la película, sino que también refuerza su tono sombrío y atmosférico. Las imágenes de la carreta, conducida por el fantasma, avanzando lentamente en medio de la niebla, son inquietantes y evocadoras. Cada fotograma está impregnado de una sensación de inevitabilidad, como si el destino estuviera acechando en cada esquina.